viernes, 8 de febrero de 2013

El Sicómoro. Pt. 2


Hay días en los que recuerdo todo como si hubiera sido un sueño, trato de convencerme de que las cosas no pasaron así, que sigo dormida en lugar de despierta, una especie de hipnosis propia de la que nunca salgo victoriosa.

Las primeras veces siempre han sido sumamente importantes para mi, pero mientras a muchos los marca el primer beso, la primer caricia o la primera vez que hicieron el amor, lo que a mi me sigue haciendo vibrar la piel es la primera vez que nadamos juntos.

Nadar era una de mis pasiones más grandes, el sentir el agua acariciarme el cuerpo, los sonidos desvaneciendose a medida que sumergía la cabeza en la alberca, el calor activando las sensaciones en mis músculos, todo era perfección, todo me ayudaba a desconectarme de los problemas que me inundaban la mente.

El salón de clases me sofocaba a medida que avanzaba la mañana, tenia las ultimas hojas del cuaderno llenas de espirales y garabatos sin sentido que buscaban transportarme a otro lugar, a uno donde la profesora no hablará a cada instante y no hiciera tanto calor.

Tomé mi mochila 10 minutos después de las 12 y abandone el aula con la rapidez de quien es perseguido por un depredador, habían pasado 3 semanas y yo no sabia nada del extraño del parque, el amante de la lluvia que me había robado un beso debajo del árbol de mis inspiraciones y que no había tenido a bien la decencia de aparecerse por mis rumbos después de que yo saliera corriendo aquella tarde. Estaba asustada, ¿cuantas veces en la vida ocurre algo así? un día cualquiera te topas con unos ojos que te quitan el aliento, un cabello despeinado y húmedo que se te queda en la memoria y que resultan ser el alma vieja que habías estado buscado combinar con la tuya después de tantos años alejados. Al menos eso pensaba yo.

Aquella tarde de calor infernal, llegué a mi piscina favorita, y me lance a ella con la euforia de una niña en presencia de sus regalos navideños, braceaba y recorría la distancia una vuelta a la vez, tratando de liberarme de mis pensamientos.

- Sigo pensando que este look estilo "pariente de Tláloc" te sienta muy bien. - Su voz tuvo un efecto de onda expansiva en mi sistema, 21 días alimentandome de recuerdos y por fin podía escucharlo otra vez.

- Se puede saber, ¿qué estás haciendo aquí? - dije en tono indiferente
- No podia dejar de pensar en ti
- ¿Ahora me sigues a todas partes?
- No podia dejar de pensar en ti
- ¿Conoces alguna otra frase?
- ¿Siempre eres tan preguntona?

Se lanzó a la piscina con las mismas ansias que había demostrado yo escasos minutos antes, nado hasta el extremo en el que me encontraba y clavo sus ojos en los míos, retandome, saboreandome, seduciendome... me jalo el cabello y comenzó a nadar en sentido contrario, la invitación era obvia y también bastante tentadora.

Nadamos hasta que nuestros cuerpos no respondían, nos habíamos dedicado tantas miradas como veces habíamos salido a respirar, estaba intoxicada de adrenalina y quería pasar mis labios por toda su cara.

- Estoy exhausto
- Quien lo hubiera dicho, jamás pensé que representarías un reto así de grande
- ¿Lo dices por los esfuerzos que haces para no enamorarte de mi?

Me quedé callada, la verdad era que me tenia volada, ocupaba mi mente en una especie de pensamiento en loop infinito del que me era imposible deshacerme aún a 3 metros de profundidad.

- Entonces es cierto, estás enamorada de mi. Algo debo de tener.
- ¡TANTA SOBERBIA! - le grité indignada
- Y a la vez tanto amor - me dijo mientras me quitaba el cabello de la cara y volvía a poner sus labios sobre los míos.

- Ignacio - me susurro al oído
- Sol - le susurre yo al suyo y acto seguido le mordí el lobulo de la oreja.
- ¡Me tienes que decir que es lo que me estás haciendo! - me exigió con sublime encanto
- Nada que tu no me estés haciendo a mi - le respondí con una sonrisa gigante en los labios

Era tarde, nos despedimos y acordamos vernos al día siguiente en la cafetería de un centro comercial conocido por casi todos, lo tomé de la mano mientras le daba un beso en la mejilla y repetía la hora del encuentro. Me fui a casa.

Subí las escaleras de prisa y entré a mi cuarto, me dirigí directo al baúl que escondía dentro del closet, quité el candado y tome mi libreta roja, la del sicomoro, en la que había escrito ya por más de un año. En mi mesa de noche estaba la que le había mostrado a él, una de un rojo menos intenso. No me sentía preparada para que supiera lo que había en ella, y no sabia si él lo estaba,  a decir verdad lo único que tenia claro eran los sentimientos que Ignacio estaba despertando en mi.


To be continued....

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